▪️Aporte del Prof. Rolando Saavedra Villegas
▶️Desde el antiguo cementerio tomecino, sus tumbas, nichos y mausoleos contemplan la Bahía de Concepción, la Isla Quiriquina y el oceánico horizonte, donde creativos o mágicos atardeceres sin lluvia o escasas nubes, ofrecen originales celajes, para sensibilizar la poesía y valorar la existencia, en quienes son capaces de apartar la mirada de sus artilugios tecnológicos, que esclavizan dedos y subyugan miradas.
Se presume que el camposanto primigenio ya existía a mediados del siglo 19. Su emplazamiento como atalaya marinera, no deja de llamar la atención a turistas extranjeros y empresarios inmobiliarios nacionales, que no logran entender la falta de visión de futuro de nuestros antepasados, que ocuparon para fines necrológicos un lugar que bien habría servido proyectos inmobiliarios y turísticos, por su privilegiada ubicación de acceso a la brisa marina y paisaje costero. A quienes abjuran de la Historia, habría que explicarles que a mediados del siglo XIX, no se vislumbraba aún el valor que tendría el mar como atractivo turístico. Era tan solo una vía de comunicación y generosa fuente de alimentación.
Este lugar, a pesar que reúne a nativos y afuerinos, no da cabida a todos nuestros antepasados. A fines del siglo 19 y comienzos del 20, epidemias de cólera, viruela y tifus se turnaban para diezmar nuestra aún escasa población. Para evitar el contagio y propagación de esos males, se establecieron improvisados lazaretos, en cerros cercanos y aún deshabitados; allí los enfermos esperaran la muerte. Una vez fallecidos y próximo a los
lazaretos fueron depositados en fosas comunes, sin ceremonia ni sencillo velorio, excepcionalmente una oración.
Otros que no están en nuestra histórica necrópolis, son aquellos(as) que salieron a recorrer el mundo y ahora responsan en suelos ajenos a su terruño. Emotiva y especial mención a quienes fueron abducidos por sus ideas y que, en vez de tumbas con sus cuerpos, solo nos quedan sus nombres en un significativo memorial.
Este lugar que sabe de tantas ceremonias fúnebres, plañideras emociones, grandilocuentes discursos y ostentosas ofrendas florales, lamentablemente ha perdido el respeto de algunos vivos, que han depredado ornamentos de bronce y lápidas de mármol, incluso la pequeña campana que colgaba en la palmera del ingreso, todo ello para satisfacer ambiciones materiales y angustias cotidianas.
Nuestro histórico, noble y sencillo camposanto, que ostenta en su magnífico pórtico la frase latina HIC DORMIENTIBUS PAX (Paz a los que aquí duermen), no merece la ignominia de ser denominado con despectivo numeral. Un nombre es lo mínimo que merece como homenaje por su perseverante compañía en nuestra Historia citadina y comunal. Ello sería imperecedero reconocimiento de un pueblo digno y creativo, que respeta su Historia, enaltece su identidad y dignifica su patrimonio.
Finalmente, algunos versos para quienes ya no reciben flores, en nuestro antiguo camposanto:
ANTEPASADOS
Roto el polen de azules equinoccios
los espejos olvidan sus reflejos.
¿Dónde están sus ignotas sepulturas
cubiertas de polvo y silencio?
¿Dónde están sus manos seculares
que trocaron arado por telar?
Un día sin registro se marcharon
y dejaron sus huesos frente al mar.
Román Villeg